lunes, 17 de junio de 2013

Dios sabe si hay Dulcinea o Esto es lo verdadero

La duquesa rogó a Don Quijote que le delinease y describiese, pues parecía tener felice memoria, la hermosura y facciones de la Señora Dulcinea del Toboso, que según lo que la fama pregonaba de su belleza, tenía por entendido que debía ser la más bella criatura del orbe y aún de toda la Mancha. Suspiró don Quijote oyendo lo que la duquesa le mandaba y dijo: Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerle ante los ojos de vuestra grandeza aquí sobre esta mesa y en un plato, quitara el trabajo a mi lengua de decir lo que apenas se puede pensar, porque Vuestra Excelencia la viera en él toda retratada.

La duquesa insiste: ... nunca vuestra merced ha visto a la señora Dulcinea, y esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuestra merced la engendró y parió en su entendimiento y la pinto con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso.

En eso hay mucho que decir, respondió don Quijote, Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, y si es fantástica o no es fantástica. Y éstas no son cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré, ni parí a mi señora, puesto que la contemplo, como conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que pueden hacerla famosa en todas las del mundo.

Pues, yo no estoy encantado, ni lo puedo estar según buen discurso, ella es la encantada, la ofendida y la mudada, trocada y trastocada, y en ella se han vengado en mí mis enemigos, y por ella viviré yo en perpetuas lágrimas hasta verla en su prístino estado.

Miguel de Cervantes


El primer día Dama, que te vi, cuando quisiste mostrarte a mí, aparté de mi corazón toda imagen ajena, todos mi quereres se confortaron a ti, la dulzura de tu risa y tu simple mirada han puesto en mí tal querer, ¡oh mi Dama! que me he olvidado en mí mismo y del universo.

Guillem de Cabestany



Esto es lo verdadero







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domingo, 16 de junio de 2013

El Lenguaje Secreto de Dante y de los «Fieles de Amor» II ; por René Guénon

Hemos dedicado un artículo precedente a la importante obra publicada en 1928 bajo ese título por el Sr Luigi Valli; en 1931 nos sorprendió la súbita y prematura muerte del autor, del que esperábamos otros estudios no menos dignos de interés, pues nos dejó un segundo volumen con el mismo título que el primero, conteniendo, con las respuestas a las objeciones que habían sido hechas a la tesis sostenida en aquél, cierto número de notas complementarias [1].

Las objeciones, que testimonian una incomprensión de la que no nos sorprendemos, pueden, como era fácil de prever, clasificarse ante todo en dos categorías: unas emanan de «críticas literarias» imbuidas de todos los prejuicios escolares y universitarios, otras de medios católicos en los que no se quiere admitir que Dante haya pertenecido a una organización iniciática; todos coinciden, en suma, aunque por razones diferentes, en negar la existencia del esoterismo allí donde aparece con la más clamorosa evidencia. El autor parece otorgar una gran importancia a los primeros, que él discute mucho más extensamente que los segundos; nosotros habríamos estado tentados, por nuestra parte, de hacer exactamente lo contrario, viendo en estos últimos un síntoma todavía más grave de la deformación de la mentalidad moderna; pero esta diferencia de perspectiva se explica por el punto de vista especial en el cual el Sr.Valli ha querido colocarse, y que es únicamente el de un «investigador» y un historiador. Desde este punto de vista tan exterior resultan cierto número de lagunas e inexactitudes de lenguaje que ya hemos señalado en el capítulo anterior; el Sr. Valli reconoce, precisamente a propósito de ello, que «no ha tenido contacto con tradiciones iniciáticas de ningún género», y que su «formación mental es claramente crítica»; es muy de destacar que haya llegado a conclusiones tan alejadas de las de la «crítica» ordinaria, y que son tan sorprendentes por parte de alguien que afirma su voluntad de ser un «hombre del siglo XX». No es menos lamentable que rehuse comprender la noción de ortodoxia tradicional, que persista en aplicar el término despectivo de «sectas» a las organizaciones de carácter iniciático y no religioso y que niegue haber cometido una confusión entre «místico» e «iniciático», cuando precisamente la repite durante todo el segundo volumen; pero estos fallos no deben impedirnos reconocer el gran mérito que tiene, para el «profano» que quiere serlo y permanecer siéndolo, el haber apreciado una buena parte de la verdad a pesar de todos los obstáculos que su educación debía aportarle naturalmente, y haber dicho, sin temor a las contradicciones que debían plantearse por parte de aquellos que tienen algún interés en que permanezca ignorada.

Subrayaremos solamente dos o tres ejemplos típicos de la incomprensión de los «críticos» universitarios: algunos han llegado a pretender que una poesía que es bella no puede ser simbólica; les parece que una obra de arte no puede ser admirada más que si no significa nada y que la existencia de un sentido profundo ¡destruye el valor artístico! He aquí, expresada lo más claramente posible, esta concepción «profana» que ya hemos señalado últimamente en muchas ocasiones, a propósito del arte en general y de la poesía en particular como una degeneración muy moderna y contraria al carácter que las artes tanto como las ciencias tenían en su origen y que han tenido siempre en toda civilización tradicional. Notemos a este respecto una fórmula bastante interesante citada por Valli: todo el arte medieval, por oposición al arte moderno, «trata de la encarnación de una idea, no de la idealización de una realidad»; diríamos además de una realidad de orden sensible, pues la idea es también una realidad, y de un grado superior; esta «encarnación de la idea» en una forma, no es otra cosa que el simbolismo mismo.

Otros han emitido una objeción verdaderamente cómica: sería «vil», pretenden, escribir en "jerga", es decir en un lenguaje convencional; evidentemente no ven en ello más que una especie de cobardía y de disimulo. A decir verdad, quizá el Sr, Valli mismo ha insistido demasiado exclusivamente, como ya habíamos hecho notar, sobre la voluntad que tenían los "Fieles de Amor" en ocultarse por motivos de prudencia; no es discutible que esto haya ocurrido en efecto, y fue una necesidad que les vino impuesta por las circunstancias; pero esa no es más que la menor y la más externa de las razones que justifican el empleo que han hecho de un lenguaje que no era convencional sino también y ante todo simbólico. Se encontrarían ejemplos análogos en cualquier otra circunstancia donde no hubiese habido ningún peligro en hablar claramente si la cosa hubiese sido posible; se puede decir que, incluso entonces, existiría la necesidad de descartar a los que no estuviesen ­«cualificados», lo que proviene ya de otra preocupación distinta a la simple prudencia; pero lo que es necesario decir sobre todo, es que las verdades de cierto orden, por su naturaleza misma, no pueden explicarse más que simbólicamente.

Por último, hay quien encuentra inverosímil la existencia de la poesía simbólica de los «Fieles de Amor», porque constituiría un «caso único», mientras que Valli se vio obligado a mostrar que, precisamente en la misma época, ocurría lo mismo también en Oriente, y particularmente en la poesía persa. Se podría añadir que este simbolismo del amor ha sido empleado a veces igualmente en la India; y, para ceñirnos al mundo musulmán, es bastante singular que se hable siempre, casi únicamente a este respecto, de la poesía persa, mientras que se pueden encontrar fácilmente ejemplos similares en la poesía árabe, de un carácter no menos esotérico, por ejemplo en Omar ibn EI-Farid. Añadamos que muchos otros «velos» han sido empleados igualmente en las expresiones poéticas del Sufismo, comprendido el del escepticismo, del que se puede citar como ejemplos a Omar EI-Kayyam y Abul-Alâ El Maarri; en cuanto a este último sobre todo, muy pocos son los que saben que fue en realidad un iniciado de alto rango; y, hecho que no habíamos visto señalado en ninguna parte hasta ahora, ocurre algo particularmente curioso para el caso que nos ocupa y es que su Risâlatul-Ghufrân podría ser considerado como una de las principales «fuentes» islámicas de la Divina Comedia.

En cuanto a la obligación impuesta a todos los miembros de una organización iniciática de escribir en verso, concordaría perfectamente con el carácter de «lengua sagrada» que te­nía la poesía; como lo dice muy justamente el Sr. Valli, se trataría de algo muy distinto a «hacer literatura», fin que no han tenido nunca Dante y sus contemporáneos, los cuales, añade él irónicamente, «tenían la desgracia de no haber leído los libros de la crítica moderna». En una época muy reciente aún, en ciertas cofradías esotéricas musulmanas, cada uno debía todos los años, en ocasión del mûlid del Shaij, componer un poema en el cual se esforzaban, aunque fuese en detrimento de la perfección de la forma, en encerrar un sentido doctrinal más o menos profundo.

Por lo que respecta a las nuevas puntualizaciones del Sr. Valli que abren la vía a otras investigaciones una de ellas concierne a las relaciones de Joaquín de Fiore con los «Fieles de Amor»: Fiore es uno de los símbolos más utilizados en la poesía de éstos, como sinónimo de Rosa; y, bajo este título de Fiore, ha sido escrita una adaptación italiana del Roman de la Rose por un florentino llamado Durante, que es casi con toda certeza el mismo Dante [2]. Por otra parte, la denominación de convento de San Giovanni ln Fiore, de donde Gioacchino di Fiore toma su nombre, no aparece en ninguna parte antes que en él; ¿es él mismo el que se la dio? y ¿por qué razón escogió este nombre? Cosa notable, Joaquín De Fiore habla en sus obras de una «viuda» simbólica, como Francesco da Barberino y Boccacio, que pertenecían a los «Fieles de Amor»; y añadimos que, aún en nuestros días, esta «viuda» es bien conocida ­en el simbolismo masónico. A este respecto, es fastidioso observar que las preocupaciones políticas parecen haber impedido ­al Sr. Valli hacer ciertas comparaciones sin embargo muy sorprendentes: hay razón, sin duda, para decir que las organizaciones iniciáticas de las que se trata no son la Masonería, pero, entre ésta y aquéllas, el nexo no es menos cierto; ¿y no es curioso, por ejemplo que el «viento» tenga en el lenguaje de los «Fieles de Amor», exactamente el mismo sentido que la "lluvia" en el de la Masonería? Otro punto importante es el que concierne a las relaciones de los «Fieles de Amor» con los alquimistas: un símbolo particularmente significativo a este respecto se encuentra en los Documenti d'Amore de Francesco da Barberino. Se trata de una figura en la cual doce personajes dispuestos simétricamente, y que forman seis parejas representando otros tantos grados iniciáticos, rodean a un único personaje situado en el centro; este último, que lleva en sus manos la rosa simbólica, tiene dos cabezas, una masculina y otra femenina, y es manifiestamente idéntico al Rebis hermético. La única diferencia notable con las figuras que se encuentran en los tratados alquímicos es que, en éstas, es el lado derecho el masculino y el lado izquierdo el femenino, mientras que aquí encontramos la disposición inversa; esta particularidad parece haber escapado a Valli, no obstante le da una explicación, sin que parezca darse cuenta, puesto que dice que «el hombre con su intelecto pasivo está unido a la Inteligencia activa, representada por la mujer», mientras que generalmente es lo masculino lo que simboliza al elemento activo y lo femenino al elemento pasivo. Lo que es más destacable es que esta especie de inversión de la relación habitual se encuentra igualmente en el simbolismo empleado por el tantrismo hindú; y la aproximación se impone todavía mucho más, cuando vemos a Cecco d' Ascoli decir: «onde io sono ella», exactamente como los Shaktas, en lugar de So´ham, «Yo soy EI»(el Ana Hoa del esoterismo islámico) dicen Sâ'ham, «Yo soy Ella». Por otra parte, Valli subraya que, al lado del Rebis representado en Rosarium Philosophorum, se ve una especie de árbol portando seis parejas de rostros dispuestos simétricamente a cada lado del tallo y un rostro único en la cumbre, que él identifica con los personajes de la figura de Francesco da Barberino; parece tratarse efectivamente en los dos casos, de una jerarquía iniciática en siete grados, estando caracterizado esencialmente el último grado por la reconstitución del Andrógino hermético, es decir, en suma, la restauración del «estado primordial»; y esto concuerda con lo que hemos tenido la ocasión de decir sobre el significado del término «Rosa-Cruz», que designa la perfección del estado humano. A propósito de la iniciación de siete grados, hemos hablado, en nuestro estudio sobre El esoterismo de Dante, de la escalera de siete peldaños; es cierto que éstos, generalmente, más bien están en correspondencia con los siete cielos planetarios, que se refieren a los estados suprahumanos; pero, en razón de la analogía, debe existir en un mismo sistema iniciático, una similitud de repartición jerárquica entre los «misterios menores» y los «misterios mayores». Por otra parte, el ser reintegrado al centro del estado humano está por ello mismo preparado para elevarse a los estados superiores y domina ya las condiciones de la existencia en este mundo del que se ha transformado en maestro; por eso el Rebis del Rosarium Philosophorum tiene bajo sus pies a la luna, y en el de Basilio Valentín al dragón; este significado ha sido completamente ignorado por el Sr.Valli, que no ha visto en ello más que símbolos de la doctrina corrompida del «error que oprime al mundo», mientras que, en realidad, la luna representa el dominio de las formas (el simbolismo es el mismo que el de «caminar sobre las aguas»); y el dragón es aquí la representación del mundo elemental.

Luigi Valli, aun teniendo alguna duda sobre las relaciones de Dante con los Templarios, de las que existen múltiples indicios, levanta una discusión respecto a la medalla del museo de Vienne de la que hemos hablado en El Esoterismo de Dante; él ha querido ver esta medalla y ha comprobado que sus dos caras habían sido reunidas posteriormente y habían debido pertenecer primero a dos medallas diferentes; reconoce además que esta extraña operación no ha debido hacerse sin alguna razón. En cuanto a F.S.K.l.P.F.T. que figuran en el reverso, son para él las de las siete virtudes: Fides, Spes, Karitas, Justitia, Prudentia, Fortitudo, Temperantia, aunque hay una anomalía en el hecho de ­que están dispuestas en dos líneas de cuatro y tres en lugar de estarlo por tres y cuatro como lo querría la distinción de las tres virtudes teologales y las cuatro virtudes cardinales; como además están unidas a ramas de laurel y de olivo, «que son propiamente las dos plantas sagradas de los iniciados», admite que esta interpretación no excluye forzosamente la existencia de otro significado más oculto; y añadiremos que la ortografía anormal de Karitas, en lugar de Charitas, podría haber sido necesaria precisamente por este doble sentido. Por lo demás, habíamos señalado en el mismo estudio, el papel iniciático dado a las tres virtudes teologales, y que ha sido conservado en el 18º grado de la Maso­nería escocesa [3]; por otra parte, el septenario de las virtudes está formado por un ternario superior y un cuaternario inferior, lo que indica suficientemente que está constituido según los principios esotéricos; y finalmente puede también corresponder, como el de las «artes liberales» (divididas a su vez en trivium y quadrivium), a los siete escalones a los cuales hacíamos alusión anteriormente, tanto más cuanto que, de hecho, la «fe» (la Fede Santa) figura siempre en el más alto escalón de la «escala misteriosa» de los Kadosch; todo esto forma pues un conjunto mucho más coherente de lo que puedan creer los observadores superficiales.

Por otro lado, Valli ha descubierto en el mismo museo de Vienne, la medalla original de Dante, y el reverso de ésta presenta aún una figura muy extraña y enigmática: un corazón situado en el centro de un sistema de círculos que tiene la apariencia de una esfera celeste, pero que no lo es en realidad, y a la que no acompaña ninguna inscripción [4]. Hay tres meridanos y cuatro círculos paralelos, que el Sr. Valli relaciona respectivamente con las tres virtudes teologales y las cuatro cardinales; lo que llevaría a pensar que esta interpretación debe ser exacta es sobre todo la justa aplicación, en esta disposición, del sentido vertical y del sentido horizontal con relación a la vida contemplativa y a la activa o a la autoridad espiritual y al poder temporal que rigen una y otra, a lo que corresponden estos dos grupos de virtudes, que un círculo oblicuo, completando la figura (y formando con los demás el número 8 que es el del equilibrio), religa en una perfecta armonía bajo la irradiación de la «doctrina del amor» [5]. Una última nota concierne al nombre secreto que los «Fieles de Amor» daban a Dios: Francesco da Barberino, en su Tractatis Amoris, se ha hecho representar en una actitud de adoración ante la letra "I"; y, en la Divina Comedia, Adán dice que el primer nombre de Dios fue "I" [6], nombre que vino a ser después El. Esta letra "I", que Dante llama la «novena figura», siguiendo su lugar en el alfabeto latino (y sabemos la importancia simbólica que tenía para él el número 9 [7], no es evidentemente otra que la iod, aunque ésta sea la décima letra en el alfabeto hebreo; y, de hecho, la iod, además de ser la primera letra del Tetragrama, constituye un nombre divino por sí misma; ya sea aislada o ya sea repetida tres veces [8]. Es esa misma iod que en la Masonería, se ha transformado en la letra G, por asimilación con God (pues fue en Inglaterra donde se operó esta transformación); esto sin perjuicio de otros múltiples significados que han venido secundariamente a concentrarse en esa misma letra G, y que no está en nuestro propósito examinar aquí.

Es de desear vivamente, deplorando la desaparición del Sr. Luigi Valli, que encuentre continuadores en este campo de investigaciones tan vasto como poco explotado hasta ahora; y parece que debe ser así, puesto que él mismo nos advierte que ha sido seguido por el Sr. Gaetano Scarlata, que ha dedicado una obra al estudio especial del tratado De vulgari eloquentia de Dante, libro «lleno de misterios» como también Rossetti y Aroux lo habían visto, y que, mientras que parece hablar simplemente del idioma italiano, se refiere en realidad a la lengua secreta, según un procedimiento igualmente en uso en el esoterismo islámico, en donde, como lo hemos señalado en otra ocasión, una obra iniciática puede revestirse con la apariencia de un simple tratado de gramática. Se harán sin duda aún muchos otros descubrimientos en el mismo orden de ideas; y aunque los que se consagran a estas investigaciones no aporten personalmente más que una mentalidad «profana (con la condición de que sea no obstante imparcial) y no vean más que el objeto de una especie de curiosidad histórica, los resultados obtenidos no serán menos susceptibles en sí mismos, y para los que sabrán comprender todo su alcance real, de contribuir eficazmente a una restauración del espíritu tradicional: estos trabajos ¿no se relacionan, aunque sea inconsciente e involuntariamente, con la búsqueda de la Palabra perdida», que es lo mismo que la «búsqueda del Grial»?

NOTAS:
[1] Il linguagio segreto di Dante e dei "Fedeli d´Amore", vol. II (Discusione e note aggiunte), Roma, Biblioteca di Filosofia e Scienza, Casa editrice "Optima".
[2] Dante, en efecto, no es más que una contracción de Durante, que era su verdadero nombre.
[3] En el 7º grado, el de «Caballero de Oriente y de Occidente», se encuentra también una divisa formada por siete iniciales, que son las de un septenario de atributos divinos cuya enumeración esta sacada de un pasaje del Apocalipsis.
[4] Este corazón situado así nos recuerda la figura no menos notable y misteriosa del corazón de Saint-Denis d'Orques, representado en el centro de los círculos planetario y zodiacal, figura que fue estudiada por el Louis Charbonneau-Lassay en la revista Regnabit.
[5] Se podrá, a este propósito, acudir a lo que ya hemos dicho del tratado De Monarchia de Dante en Autoridad espiritual y poder temporal.
[6] Paraíso, XXVI, 133.
[7] (N. del T.: En el original francés viene el nº 4 pero creemos que está equivocado ­y que en realidad se refiere al número 9).
[8] ¿Es por una simple coincidencia que el corazón de Sant-Denis d'Orques, del que acabamos de hablar, lleve una herida (o algo que se le parece) en forma de iod? No habría razones para suponer que las antiguas representaciones del "Sagrado Corazón" anteriores a su adopción «oficial» por la Iglesia, hayan podido tener alguna relación ­con doctrina de los «Fieles de Amor» y de sus continuadores?



Artículo publicado en la revista Le Voile d´Isis, marzo de 1932.

sábado, 15 de junio de 2013

El Lenguaje Secreto de Dante y de los «Fieles de Amor» I ; por René Guénon

Bajo el título: Il linguaggio segreto di Dante e dei "Fedeli d´Amore" [1], el Sr. Luigi Valli a quien se deben ya numerosos estudios sobre el significado de la obra de Dante, ha publica­do una nueva obra que es demasiado importante para que nos contentemos señalándola con una simple nota bibliográflca. La tesis que se sostiene puede resumirse brevemente en esto: las diversas «damas» celebradas por los poetas se relacionan con la misteriosa organización de los «Fieles de Amor»: desde Dante, Guido Cavalcanti y sus contemporáneos hasta Boccacio y Petrarca, no son mujeres que hayan vivido realmente sobre esta tierra sino que, bajo diferentes nombres son una y la misma «Dama» simbólica que representa la Inteligencia trascendente (Madonna Intelligenza, de Dino Compagni) o la Sabiduría divina. En apoyo de esta tesis, el autor aporta una documentación formidable y un conjunto de argumentos capaces de impresionar a los más escépticos; muestra claramente que las poesías más ininteligibles en sentido literal devienen perfectamente claras con la hipótesis de una «jerga» o lenguaje convencional del que ha llegado a traducir los principales términos; y evoca otros casos, particularmente el de los Sufíes persas, donde un sentido similar ha sido igualmente disimulado bajo la apariencia de una simple poesía de amor. Es imposible resumir toda esta argumentación basada sobre textos precisos que le dan todo su valor; no podemos sino remitir a aquellos a los que les interesa el tema, al propio libro.

A decir verdad, el tema que tratamos nos había parecido siempre, en lo que a nosotros respecta, un hecho evidente e incontestable; pero hay que creer, sin embargo, que esta tesis tiene necesidad de ser sólidamente establecida. En efecto, L. Valli previó que sus conclusiones serían combatidas por muchas categorías de adversarios: primero, la sedicente crítica «positiva» (que seria un error calificar de «tradicional», puesto que es, por contra, opuesta al espíritu tradicional, con el cual se relaciona toda interpretación iniciática); después, el espíritu de partido, ya sea católico, o anticatólico, que no encontrará ni una satisfacción; finalmente, la crítica «estética» y la «retórica romántica», que en el fondo, no son otra cosa que lo que se podría llamar el espíritu «literario». Hay allí todo un conjunto de prejuicios que estarán siempre forzosamente opuestos a las investigaciones del sentido profundo de ciertas obras; pero, en presencia de trabajos de este género, las gentes de buena fe y desligadas de todo apriorismo podrán ver de qué lado está la verdad. Nosotros no tendríamos, en lo que nos concierne, objeciones que hacer más que sobre ciertas interpretaciones que no afectan en nada a la tesis general; el autor, por lo demás, no ha tenido la pretensión de aportar una solución definitiva a todas las cuestiones que se suscitan, y es el primero en reconocer que su trabajo tendrá necesidad de corregirse o completarse sobre bastantes puntos de detalle.

El principal fallo del Sr. Valli, del que proceden casi todas las insuficiencias que resaltaremos en su obra es, digámoslo enseguida claramente, no tener la mentalidad «iniciática» que conviene para tratar a fondo el tema. Su punto de vista es demasiado exclusivamente el de un historiador: no es suficiente «contar la historia» (p. 421) para resolver ciertos problemas; y por otra parte, nos podemos preguntar si ello no es, en cierto modo, interpretar las ideas medievales con la mentalidad moderna, como el autor les reprocha muy justamente a los críticos oficiales; los hombres de la Edad Media ¿han hecho alguna vez «historia por la historia»? Hace falta, para estas cosas, una comprensión de orden más profundo; si no se aporta más que un espíritu y unas intenciones «profanas» no se podrán acumular sino materiales que siempre tendrán la necesidad de ser estudiados con un espíritu totalmente diferente; y no vemos muy bien qué interés tendría una investigación histórica si no debiese surgir de ella alguna verdad doctrinal.

Es verdaderamente lamentable que el autor esté falto de datos tradicionales, de un conocimiento directo y por así decir «técnico» de las cosas que trata. Eso es lo que le ha impedido reconocer claramente el alcance propiamente iniciático ­de nuestro estudio sobre El esoterismo de Dante (p. 19); también por ello no ha comprendido que poco importaba, desde el punto de vista en que nos situábamos, que tales «descubrimientos» fuesen debidos a Rosetti, a Aroux o a cualquier otro, que no los citábamos más que como «punto de apoyo» para consideraciones de un orden bien diferente; se trataba para nosotros de doctrina iniciática, no de historia literaria. A propósito de Rosetti, encontramos bastante extraña la aserción según la cual él habría sido «Rosa-Cruz» (p. 16); los verdaderos Rosa-Cruz, que además no fueron para nada de «descendencia gnóstica» (p. 422), habían desaparecido del mundo occidental antes de la época en la que aquél vivió; incluso si estuvo vinculado a alguna organización pseudo rosacruciana, de las que hay tantas, ésta, ciertamente, no tenía en todo caso ninguna tradición auténtica que comunicarle; por lo demás, su primera idea de no ver más que un sentido político va, tan claramente como es posible, en contra de semejante hipótesis. El Sr Valli no tiene del Rosacrucismo más que una idea superficial y del todo «simplista», y no parece sospechar el simbolismo de la cruz (p. 393), como tampoco parece haber comprendido bien el significado tradicional del corazón (pp. 153-154), referido al intelecto y no al sentimiento. Digamos, sobre este último punto, que el cuore gentile de los «Fieles de Amor» es el corazón purificado, es decir, vacío de todo lo que concierne a los objetos exteriores y, por ello mismo, apto para recibir la iluminación interior; lo que es de resaltar, es que se encuentra una doctrina idéntica en el Taoísmo.

Señalemos aún otros puntos que hemos subrayado en nuestra lectura; hay, por ejemplo, algunas referencias bastante fastidiosas y que desacreditan una obra seria. Así, se hubieran podido encontrar fácilmente mejores autoridades a citar que Mead para el gnosticismo (p. 87), Marc Saunier para el simbolismo de los números y sobre todo... ¡Léo Taxil para la Masonería! (p. 272). Este último es además mencionado para una cuestión del todo elemental, las edades simbólicas de los diferentes grados, que se puede encontrar en cualquier parte. En el mismo sitio, el autor cita también, después de Rosetti, el Recueil précieux de la Maçonnerie Adonhiramite: pero la referencia está indicada de manera completamente ininteligible, y que muestra bien que no conoce por él mismo el libro que menciona. Por lo demás, habría fuertes reservas que hacer so­bre todo lo que Valli dice de la Masonería, que califica estrafalariamente de «modernissima» (pp. 80 y 430); una organización puede haber «perdido el espíritu» (o lo que se llama en árabe la barakah), por intrusión de la política u otra cosa, y guardar sin embargo su simbolismo intacto, aun no comprendiéndolo. Pero el Sr Valli mismo no parecer captar bien el verdadero papel del simbolismo, ni tener un sentido muy claro de la filiación tradicional; al hablar de diferentes «corrientes» (pp. 80-81), mezcla lo esotérico con lo exotérico, y toma por fuentes de inspiración de los «Fieles de Amor» lo que no representa más que infiltraciones anteriores, en el mundo profano, de una tradición iniciática de la que estos «Fieles de Amor» procedían directamente. Las influencias descienden del mundo iniciático al mundo profano, pero a la inversa no, pues un río no remonta nunca hacia su fuente; esta fuente es la «fuente de la enseñanza» de la que se trata a menudo en los poemas estudiados aquí, y que es generalmente descrita como situada al pie de un árbol, el cual, evidentemente, no es otro que el «Árbol de la Vida» [2]; el simbolismo del «Paraíso terrenal» y de la «Jerusalén celestial» debe encontrar aquí su aplicación.

Hay también inexactitudes de lenguaje que no son menos lamentables: así, el autor califica de «humanas» (p. 411) las cosas que, al contrario, son esencialmente «suprahumanas», como lo es además todo lo que es de orden verdaderamente tradicional. Del mismo modo, comete el error de llamar «adeptos a los iniciados de cualquier grado [3], mientras que este nombre debe ser reservado rigurosamente al grado supremo; el abuso de esta palabra es particularmente digno de destacar porque constituye en cierto modo una «marca»: hay un número de errores que los «profanos» dejan raramente de cometer, y aquel es uno de ellos. Es necesario citar aún, a este respecto, el empleo continuo de palabras como «secta» y «sectario» que, para designar a una organización iniciática (y no religiosa) y lo que se refiere a ella, son del todo impropias y verdaderamente desagradables [4] y esto nos lleva directamente al más grave defecto que comprobamos en la obra de Luigi Valli.

Este defecto es la confusión constante de los puntos de vista «iniciático» y «místico», y la asimilación de las cosas de que trata a una doctrina «religiosa», mientras que el esoteris­mo, incluso si toma su base en las formas religiosas (como es el caso de los Sufíes y de los «Fieles de Amor»), pertenece en realidad a un orden completamente diferente. Una tradición verdaderamente iniciática no puede ser «heterodoxa», calificarla así (p. 393), es invertir la relación normal y jerárquica entre lo interior y lo exterior. El esoterismo no es contrario a la «ortodoxia» (p. 104) aun entendida simplemente en sentido religioso; está por encima y más allá del punto de vista religioso, lo que, evidentemente no es del todo la misma cosa; y, de hecho, la acusación injustificada de «herejía» no fue a menudo más que un medio cómodo para desprenderse de gente que podía ser molesta por otros motivos distintos. Rosetti y Aroux no han cometido el error de pensar que las expresiones teológicas de Dante recubrían alguna otra cosa, sino solamente el de creer que debían interpretarlas «al revés» (p. 389); el esoterismo no se superpone al exoterismo, ni se opone, puesto que no está sobre el mismo plano, y da a las mismas verdades, por transposición a un orden superior, un sentido más profundo. Sin duda, encontramos que Amor es la transposición de Roma, [5], pero no es necesario concluir de ello, como se ha querido hacer a veces, que lo que designa es la antítesis de Roma, sino más bien que es aquello de lo que Roma no es más que un reflejo o una imagen visible, necesariamente invertida como lo es la imagen de un objeto en un espejo (y he aquí la ocasión de recordar el «per speculum in aenigmate» de San Pablo). Añadamos, en lo que concierne a Rosetti y Aroux y a algunas reservas que conviene hacer sobre ciertas de sus interpretaciones, que no se puede decir, sin arriesgarse a caer en los prejuicios de la crítica «positiva», que un método es «inaceptable por incontrolable» (p. 389); sería necesario rechazar entonces todo lo que es obtenido por conocimiento directo, y particularmente por comunicación regular de una enseñanza tradicional, que es en efecto incontrolable... ¡para los profanos! [6]

La confusión del Sr. Valli entre esoterismo y «heterodoxia» es tanto más sorprendente cuanto que ha comprendido, al menos mucho mejor que sus predecesores, que la doctrina de los «Fieles de Amor» no era de ningún modo «anticatólica» (era incluso, como la de los Rosa-Cruz, rigurosamente “católica” ­en el verdadero sentido de la palabra), y que no tenía nada en común con las corrientes profanas de las que debió salir la Reforma (págs. 79-80 y 409). Únicamente que ¿dónde ha visto que la Iglesia haya dado a conocer al vulgo el sentido profundo de los «misterios»? (p. 101) Le enseña por el contrario tan poco que se ha podido dudar que ella misma haya guardado consciencia de ellos; y es precisamente en esta «pérdida del espíritu» en lo que consistiría la «corrupción» denunciada ya por Dante y sus asociados [7]. La más elemental prudencia les recomendaba, cuando hablaban de esta «corrupción», no hacerlo en lenguaje claro; pero no es necesario concluir de ello que el uso de una terminología simbólica no tenga otra razón de ser que la voluntad de disimular el verdadero sentido de una doctrina; hay cosas que, por su misma naturaleza no pueden ser expresadas de otro modo que de esta forma y esta vertiente de la cuestión, que es con mucho la más importante, no parece haber sido considerado para nada por el autor. Aún hay un tercer aspecto, en cierto modo intermedio, donde se trata también de prudencia, pero en interés de la doctrina misma y no de los que la exponen, y ese aspecto es al que se refiere más particularmente el símbolo del vino para los Sufíes (cuya enseñanza, digámoslo de pasada, no puede ser calificada de «panteísta» más que por un error muy occidental); la alusión que se hace a este símbolo (pp. 72 y 104) nos indica claramente que «vino» significa «misterio», doctrina secreta o reservada, porque en hebreo iaïn y sôd son numéricamente equivalentes; y para el esoterismo musulmán, el vino es la «bebida de la élite», que los hombres vulgares no pueden usar impunemente [8].

Pero retornemos a la confusión de los puntos de vista «místico» e «iniciático»: es solidaria de la precedente, pues es la falsa asimilación de las doctrinas esotéricas al misticismo, el cual procede del dominio religioso, que lleva a considerarlas al mismo nivel que el exoterismo y a querer oponerlas a éste. Vemos muy bien lo que en el caso presente ha podido causar este error: y es que una tradición «caballeresca» (p. 146), para adaptarse a la naturaleza propia de los hombres a los que se dirige especialmente, comporta siempre la preponderancia de un principio representado como femenino (Madonna) [9), así como la intervención de un elemento afectivo (Amor). La relación de tal forma tradicional con la que representan los Sufíes persas es totalmente justa; pero sería necesario añadir que es­tos dos casos están lejos de ser los únicos donde se encuentra el culto de la «donna-Divinità», es decir del aspecto femenino de la Divinidad: se encuentra en la India también, donde este aspecto es designado como la Shakti, equivalente en ciertos aspectos a la Shejinah hebrea y es de resaltar que el culto de la Shakti concierne sobre todo a los kshatriyas. Una tradición «caballeresca», precisamente, no es otra cosa que una forma tradicional para el uso de los kshatriyas y por eso no puede constituir una vía puramente intelectual como la de los brahmanes; ésta es la "vía seca" de los alquimistas mientras que la otra es la «vía húmeda» [10], simbolizando el agua lo femenino y el fuego lo masculino, y correspondiendo la primera a la emotividad y el segundo a la intelectualidad que predomina respectivamente en la naturaleza de los kshatriyas y de los brahmanes. Por ello tal tradición puede parecer mística exteriormente, cuando en realidad es iniciática, si bien se podría pensar que el misticismo, en el sentido ordinario de la palabra, es como un vestigio o una «supervivencia» restante, en una civilización tal como la de Occidente, después de que toda organización tradicional regular ha desaparecido.

El papel del principio femenino en ciertas formas tradicionales se señala incluso en el exoterismo católico, por la importancia dada al culto de la Virgen. El Sr. Valli parece sorprenderse de ver la Rosa Mystica figurar en las letanías de la Virgen (p 393); hay en estas mismas letanías muchos otros símbolos propiamente iniciáticos, y lo que no parece sospecharse es que su aplicación está perfectamente justificada por las relaciones de la Virgen con la Sabiduría y con la Shekina [11] Notemos también a este propósito que San Bernardo, cuya conexión con los Templarios es conocida, aparece como un «caballero de la Virgen», que él llama «su dama»; se le atribuye incluso el origen del vocablo «Nuestra Señora»: también ella es Madonna y, bajo uno de sus aspectos, se identifica con la Sabiduría, o sea, con la Madonna de los «Fieles de Amor»: he aquí una relación que el autor no ha supuesto, puesto que no parece sospechar las razones por las cuales el mes de mayo está consagrado a la Virgen.

Hay una cosa que tendría que llevar a Valli a pensar que las doctrinas en cuestión no tenían nada de «misticismo» y lo comprueba él mismo: la importancia casi exclusiva que es otorgada al «conocimiento» (pp. 421-422), lo que difiere totalmente del punto de vista místico. Se confunde sobre las consecuencias que conviene sacar de ello: esta importancia no es un carácter especial del «gnosticismo» sino un carácter general de toda enseñanza iniciática en cualquier forma que haya tomado; el conocimiento es siempre el único fin y todo el resto no son más que medios diversos para llegar a él. Es necesario estar alerta para no confundir «gnosis», que significa «conocimiento», y «gnosticismo», aunque el segundo deba evidentemente su nombre al primero; además, esta denominación de «gnosticismo» es bastante vaga y parece de hecho, haber sido aplicada indistintamente a cosas muy diferentes [12].

No hay que dejarse detener por las formas exteriores, cualesquiera que sean; los «Fieles de Amor» sabían ir más allá de las formas, y he aquí una prueba: en una de las primeras novelas del Decamerón de Bocaccio, Melquisedec afirma que entre el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo «nadie sabe cuál es la verdadera fe». El Sr. Valli ha acertado al interpretar la afirmación en el sentido de que «la verdadera fe está escondida bajo los aspectos exteriores de las diversas creencias» pero lo que es más notable, y él no lo ha visto, es que estas palabras sean puestas en boca de Melquisedec, precisamente el representante de la tradición única oculta bajo todas sus formas exteriores; y hay ahí algo que muestra que algunos en Occidente sabían aún en esa época lo que es el verdadero «centro del mundo». Sea como fuere, el empleo de un lenguaje «afectivo», como a menudo es el de los «Fieles de Amor», también es una forma exterior por la que no debemos dejarnos ilusionar; puede recubrir muy bien algo muy distinto y profundo, y en particular, la palabra «Amor» puede, en virtud de la transposición analógica, significar una cosa totalmente distinta del sentimiento que designa de ordinario. Este sentido profundo del «Amor» en conexión con las doctrinas de las Ordenes de caballería, podría obtenerse claramente de las relaciones entre las indicaciones siguientes: primero, la palabra de San Juan, «Dios es Amor»; después, el grito de guerra de los Templarios, «Viva Dios Santo Amor»; finalmente, el último verso de la Divina Comedia, «L'Amore che muove il Sole e l'altre stelle» [13].

Otro punto interesante a este respecto es la relación establecida entre el «Amor» y la «Muerte» en el simbolismo de los «Fieles de Amor»; esta relación es doble, porque la palabra «Muerte» tiene un doble sentido. Por una parte, hay una cercanía y aun una asociación del «Amor» y de la «Muerte» (p. 159), debiendo ésta ser entendida entonces como la «muerte iniciática», y esta cercanía parece continuarse en la corriente de donde han salido, al final de la Edad Media, las representaciones de la «danza macabra» [14]; por otra parte, hay también una antítesis establecida desde otro punto de vista entre el «Amor» y la «Muerte» (p. 166), antítesis que puede explicarse por la constitución misma de ambos términos: la raíz mor les es común y, en amor, está precedida de a privativa, como en el sánscrito amara, amrita, de manera que «Amor» puede interpretarse como una especie de equivalente jeroglífico de «inmortalidad». Los «muertos» pueden en este sentido, de una forma más general, ser vistos como designando a los profanos, mientras que los «vivientes», o aquellos que han alcanzado la «inmortalidad» son los iniciados; es ahora el momento de recordar aquí la expresión de «Tierra de los Vivientes» sinónimo de «Tierra Santa» o «Tierra de los Santos», «Tierra Pura», etc.; y la oposición que acabamos de indicar equivale bajo este punto de vista a la del Infierno, que es el mundo profano, y de los Cielos, que son los grados de la jerarquía iniciática.

En cuanto a la «verdadera fe» de la que se ha hablado en todo momento, es la llamada Fede Santa, expresión que, como ­la palabra Amore, se aplica al mismo tiempo a la organización iniciática misma. Esta Fede Santa, de la que Dante era Kadosch, es la fe de los Fedeli d'Amore; y también es la Fede dei Santi, es decir la Emounah de los Kadosch, como ya lo hemos explicado en El Esoterismo de Dante. Esta designación de los iniciados como los «Santos», cuyo equivalente hebreo, es Kadosch, se comprende perfectamente por el significado de "Cielos" tal como lo acabamos de indicar, puesto que los Cielos son, en efecto, descritos como la morada de los Santos; ella debe ser relacionada con muchas otras denominaciones análogas, como ­la de Puros, Perfectos, Cátaros, Sufíes, Ikhwan-es-Safa, etc., ya que todas han sido tomadas en el mismo sentido permite comprender lo que es verdaderamente la "Tierra Santa" [15].

Esto nos lleva a señalar otro punto al cual el Sr. Valli no hace más que una breve alusión (pp. 323-324): es el significado secreto de las peregrinaciones de los iniciados, cuyos itinerarios, además, coincidían, en efecto, muy frecuentemente, con los de los peregrinos ordinarios, con los que se confundían así en apariencia, lo que les permitía disimular mejor las verdaderas razones de estos viajes. Por lo demás, la situación de los lugares de peregrinaje, como la de los santuarios de la antigüedad, tiene un valor esotérico que hay que tener en cuenta a este respecto [16]; ello está en relación indirecta con lo que hemos llamado la «geografía sagrada», y debe por otra parte ser conectado con lo que escribimos a pro­pósito de los Compagnons y de los Gitanos [17]; quizá volveremos a ello en otra ocasión.

La cuestión de la «Tierra Santa» podría también dar la clave de las relaciones de Dante y de los «Fieles de Amor» con los Templarios; éste es un tema que está tratado muy incompletamente en el libro de Valli. Éste considera las relaciones con los Templarios (pp. 423-426), así como con los alquimistas (p. 248) como de una incontestable realidad, e indica algunas cosas interesantes, como por ejemplo la de los nueve años de prueba de los Templarios con la edad simbólica de nueve años en la Vita Nuova (p. 274); pero habría muchas otras cosas que decir. Así, a propósito de la residencia central de los Templarios fijada en Chipre (pp. 261 y 425), sería curioso estudiar el significado del nombre de esta isla, sus relaciones con Venus y el «tercer cielo», el simbolismo del cobre del que procede su nombre, cosas todas ellas que nosotros no podemos por el momento, más que señalar sin detenernos.

Por lo mismo, a propósito de la obligación impuesta a los «Fieles de Amor» de emplear en sus escritos la forma poética (p. 155), habría lugar para preguntarse por qué motivo la poesía fue llamada por los antiguos la «lengua de los dioses», por cual motivo Vates en latín fue a la vez el poeta y el adivino o el profeta (los oráculos fueron además hechos en verso); por qué razón los versos fueron llamados carmina (encantos, encantamientos, palabra idéntica al sánscrito karma, entendido en el sentido técnico de «acto ritual») [18] y también por qué motivo se dice de Salomón y de otros sabios, particularmente en la tradición musulmana, que comprendían la «lengua de los pájaros», lo que, por extraño que pueda parecer, no es más que otro nombre de la «lengua de los Dioses» [19].

Antes de terminar estas puntualizaciones, nos es necesario decir algunas palabras sobre la interpretación de la Divina Comedia que el Sr. Valli ha desarrollado en otras obras y que simplemente es ésta: las simetrías de la Cruz y del Aguila (pp. 382-384), sobre las cuales está basada complemente, dan cuenta de una parte del sentido del poema (conforme, además, a la conclusión del De Monarchia) [20]; pero hay en éste muchas otras cosas cuya explicación completa no puede hallarse aquí, como lo sería el empleo de los números simbólicos; el autor, equivocadamente, parece ver ahí una clave única, suficiente para resolver todas las dificultades. Por otra parte, el uso de estas «conexiones estructurales» (p. 388) le parece ser algo personal de Dante cuando, por el contrario, hay en esta «arquitectura» simbólica algo esencialmente tradicional que, a pesar de no haber formado parte de los modos de expresión habituales de los «Fieles de Amor» propiamente dichos, no por ello no existían en organizaciones más o menos estrechamente emparentadas con la suya y se religaba con el arte mismo de los constructores [21]; parece, sin embargo, intuir estas relaciones en la indicación de la ayuda que podría proporcionar a las investigaciones de las que se trata el «estudio del simbolismo en las artes figurativas» (pág. 406). Haría falta, además, tanto aquí como en todo el resto, dejar de lado toda preocupación «estética» (pág. 389); se podrían descubrir entonces muchos otros puntos de comparación, a veces harto inesperados [22].

Si nos hemos extendido tanto a propósito del libro del Sr. Valli, es porque se trata de aquellos que, verdaderamente, merecen retener la atención, y, si hemos señalado sobre todo las lagunas, es porque así podíamos indicarle a él o a otros, nuevas vías de investigación susceptibles de completar felizmente los resultados alcanzados. Parece que ha llegado el momento en que se descubrirá finalmente el verdadero sentido de la obra de Dante; si las interpretaciones de Rossetti y de Aroux no fueron tomadas en serio en su época, no era sin duda porque los espíritus estuvieran menos preparados que hoy en día, sino porque estaba previsto que el secreto tenía que ser guardado durante seis siglos (el Naros caldeo); el Sr. Valli habla a menudo esos seis siglos durante los cuales Dante no ha sido compredido, pero evidentemente sin ver en ello ningún significado particular, y ello prueba todavía más la necesidad, en estudios de esta índole, de un conocimiento de las «leyes cíclicas» completamente olvidadas por el Occidente moderno.

NOTAS
[1] Roma, Biblioteca di Filosofia e Scienza, Casa editrice "Optima", 1928.
[2] Este árbol, entre los "Fieles de Amor", es generalmente un pino, un haya o un laurel; el "Arbol de la Vida" es representado frecuentemente por árboles que permanecen siempre verdes.
[3] Los "Fieles de Amor" estaban divididos en siete grados (p. 64); son los siete escalones de la escala iniciática, en correspondencia con los siete cielos planetarios y con las siete artes liberales. Las expresiones "terzo cielo" (cielo de Venus), "terzo loco" (a comparar con el término masónico de "tercer departamento") y "terzo grado", indican el tercer grado de la jerarquía, en el cual era recibido el saluto (o la salud); este rito tenía lugar, según parece, en la época de Todos los Santos, lo mismo que las iniciaciones en la de Pascua, donde se sitúa la acción de La Divina Comedia (p. 185-186).
[4] No es lo mismo, aunque algunos puedan pensarlo, que «jerga» (gergo); que, como hemos indicado, ("Le Voile d´Isis", octubre de 1958, p. 652), fue un término "técnico" antes de pasar al lenguaje vulgar en el que ha tomado un sentido peyorativo. Hagamos hincapié en esta ocasión, en que la palabra «profano» también es tomada siempre por nosotros en su sentido técnico que, bien entendido, no tiene nada de injurioso.
[5] A título de curiosidad, si se escribe esta simple frase: "In Italia è Roma", y si se la lee al revés, se convierte en: «Amore ai Latini»; ¡el «azar» tiene a veces un ingenio sorprendente!
[6] Hay que creer que es muy difícil no dejarse afectar por el espíritu de la época; así, la calificación de ciertos libros bíblicos como "pseudo-salomonici" y "mistico-platonici" (p. 80) nos parece una lamentable concesión a la exégesis moderna, es decir, a esta misma «crítica positiva» contra la que el autor se rebela con tanta razón.
[7] La cabeza de Medusa, que convierte a los hombres en «piedras» (palabra que juega un papel muy importante en el lenguaje de los "Fieles de Amor"), representa la corrupción de la Sabiduría; sus cabellos (que simbolizan los misterios divinos según los Sufíes) se convierten en serpientes, tomadas evidentemente en sentido desfavorable, pues en el otro sentido Ia serpiente es también un símbolo de la Sabiduría.
[8] La expresión proverbial "beber como un Templario", que el vulgo toma en su sentido más groseramente literal, no tiene sin duda otro origen real: el «vino» que bebían los Templarios era el mismo que bebían los Kabalistas judíos y los Sufíes musulmanes. Asimismo, la otra expresión "jurar como un Templario", no es sino una alusión al juramento iniciático, desviada de su significado original por la incomprensión y la malevolencia profanas. Para comprender mejor lo que dice el autor en el texto, observaremos que el vino en su sentido ordinario es una bebida que no está permitida en el Islam, luego cuando se habla de ella en el esoterismo islámico, debe entenderse como designando algo más sutil y, efectivamente, según las enseñanzas de Mohyiddín ibn Arabi, el "vino" designa la "ciencia de los estados espirituales" (ilmu-al-ahwâl), mientras que el «agua» representa la »ciencia absoluta» (al-ilmu-I--mutlac), la leche la «ciencia de las leyes reveIadas» (ilmu-ch-chrây' î) y la y la "miel", la "ciencia de las normas sapienciales" (ilmu-n-nâwâmis). Si se advierte además, estos cuatro «brebajes» son exactamente las substancias de los cuatro tipos de ríos paradisíacos según el Corán 47, 17, nos daremos cuenta de que el «vino» de los Sufíes tiene, c­omo las otras bebidas iniciáticas, distinta sustancialidad que la del conocido líquido que le sirve de símbolo. (Nota de M. Vâlsan).
[9] El «Intelecto agente» representado por la Madonna, es el «rayo celestial» que constituye el vínculo entre Dios y el hombre y que conduce al hombre hacia Dios (p. 54): es la Buddhi hindú. Habría además que tener en cuenta que «Sabiduría» e "Inteligencia" no son estrictamente idénticas: hay ahí dos aspectos complementarios a distinguir (Hokmah y Binah en la Kábala).
[10] Estas dos vías podrían también, en otro sentido y siguiendo otra correlación, ser respectivamente la de los iniciados en general y la de los místicos. Pero esta últi­ma es «irregular» y no ha de ser considerada cuando uno se atiene estrictamente a la norma tradicional.
[11] También hay que señalar que en ciertos casos los mismos símbolos representan al mismo tiempo a la Virgen y a Cristo; hay aquí un enigma propuesto a la sagacidad de los investigadores. y cuya solución resulta de las relaciones de la Shejinah con Metatrón.
[12] El Sr. Valli dice que la «crítica» aprecia poco las bases tradicionales de los "gnósticos" contemporáneos, (p. 421); por una vez la «crítica» tiene razón, pues esos "gnósticos" no han recibido nunca nada mediante transmisión alguna, y no se trata más ­que de un intento de «reconstitución» a partir de documentos por lo demás fragmentarios, que están al alcance de todo el mundo; se puede creer el testimonio de alguien que ha tenido la ocasión de observar estas cosas bastante de cerca para saber lo que son realmente.
[13] A propósito de las Ordenes de Caballería digamos que la "Iglesia Joanita" designa la reunión de todos los que, a un título cualquiera, se relacionan con lo que se ha llamado en la Edad Media el «Reino del Preste Juan», al cual hemos hecho alusión en nuestro estudio sobre El Rey del Mundo.
[14] Hemos visto, en un antiguo cementerio del siglo XV, unos capiteles en las esculturas de los cuales están curiosamente reunidos los atributos del Amor y de la Muerte.
[15] Quizá no carece de interés el señalar además que las iniciales F. S. pueden también leerse Fides Sapientia, traducción exacta de la Pistis Sophia gnóstica.
[16] El Sr. Grillot de Givry ha escrito sobre este tema un estudio titulado: Les Foyers du misticisme populaire, en el "Voile d´Isis" de abril de 1920.
[17] Cf. Le Voile d´Isis, octubre l926.
[18] Rita en sánscrito, es lo que está conforma al orden, sentido que el adverbio rite ha guardado en latín; el orden cósmico está aquí representado por la ley del ritmo.
[19] Lo mismo se encuentra también en las leyendas germánicas.
[20] Cf. Autorité Spirituelle et pouvoir temporel, cap. VIII.
[21] Recordaremos la expresión masónica de «fragmento de arquitectura»; ella se aplica en el sentido más verdadero, a la obra de Dante.
[22] Pensamos especialmente en ciertas consideraciones contenidas en el muy curioso libro del Sr. Pierre Piobb sobre Le Secret de Nostradamus, París, 1927.

Texto publicado en "Le Voile d´Isis", febrero de 1929. 

viernes, 14 de junio de 2013

Soy contento, vos servida


Soy contento, vos servida
ser penado de tal suerte
que por vos quiero la muerte
más que no sin vos la vida.

Quiero más por vos tristura
siendo vuestro sin mudança
que plazer sin esperança
d'enamorada ventura.

No tengays la fe perdida
pues la tengo yo tan fuerte
que por vos quiero la muerte
más que no sin vos la vida.


                                                  Juan del Enzina






miércoles, 5 de junio de 2013

Can vei la lauzeta mover. Cuando veo a la alondra mover


Can vei la lauzeta mover
de joi sas alas contra-l-rai
que s'oblida e-s laissa chazer
per la doussor c'al cor li vai.

Cuando veo a la alondra mover
sus alas a contra luz,
que se olvida y se deja caer
por la dulzura que al corazón le va.

Bernart de Ventadorn




Ella, sola, única, entre todas las demás,
sin explicación,
ni razón,
salvo su imagen fugitiva y mortal,
y mi cuidado;
puesto ante la faz de mi Señor,
semejanza de hombre noble
en viaje a las profundidades de lo Infinito,
que es mi Patria.